En marzo de 2010 presenté al Ejército un proyecto para documentar en imágenes la vida de los soldados uruguayos en las misiones de paz de ONU. Me resultaba curioso que al preguntar en qué consistía el trabajo de los “cascos azules”, las respuestas fueran desde un silencioso alzamiento de hombros a la más clásica de “van a pasar seis meses afuera para poder cobrar la compensación y hacerse la casita”. Del trabajo en sí mismo, poca noticia.
Mi propuesta fue aceptada en el marco de los festejos del Ejército por los 200 años de su fundación.
Tras meses de preparación, en julio viajé a República Democrática del Congo y luego a Haití. Nada de lo que nos digan previamente puede prepararnos para lo que veremos y escucharemos allí. En esos lugares, donde los niños mueren por enfermedades que aquí resolvemos con una aspirina o en los que el canibalismo y los brujos bendiciendo a los soldados son cosas usuales, encontré un grupo humano que más allá de ver las misiones de paz como una posibilidad de agregar una habitación a la casa familiar, trabajan para mejorar las condiciones de vida de la gente, excediendo el mandato de ONU.
Mi propuesta fue aceptada en el marco de los festejos del Ejército por los 200 años de su fundación.
Tras meses de preparación, en julio viajé a República Democrática del Congo y luego a Haití. Nada de lo que nos digan previamente puede prepararnos para lo que veremos y escucharemos allí. En esos lugares, donde los niños mueren por enfermedades que aquí resolvemos con una aspirina o en los que el canibalismo y los brujos bendiciendo a los soldados son cosas usuales, encontré un grupo humano que más allá de ver las misiones de paz como una posibilidad de agregar una habitación a la casa familiar, trabajan para mejorar las condiciones de vida de la gente, excediendo el mandato de ONU.
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